–¡Sé que estás ahí escondido, te he visto! –dijo el hombre del árbol–. Venga, hombre, no seas así, ayúdame a bajar de aquí –volvió a decir el hombre, más, ningún componente del grupo se movió del sitio. Esperó un largo minuto–. Venga, por favor, no te haré daño, soy un tipo pacífico.
–¿Por qué estás ahí atado? –preguntó Alana poniéndose en pie.
–Oh, vaya, eres... una chica –dijo, decepcionado, el hombre.
–Sí, lo soy –dijo Alana indignada–. Pero si piensas que una chica no puede ayudarte...