—Bueno, hombre —dije—, tranquilícese.
—¡Tranquilícese, tranquilícese! —dijo con voz llorosa—. Lo hubiera querido ver a usted en ese trance.
Se retorcía las manos, los hombros le temblaban. Levanté los ojos hacia el reloj de pared: tres y media de la mañana, hay que joderse.
—A ver, Gómez —pedí—, tráigale un café a este cristiano.
—A la orden, mi comisario.
Antes de dejar el despacho, Gómez miró al tipo de reojo y meneó la cabeza....
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Continúo las correcciones sugeridas...
Cogí su mano,.... ...