A mamá se le salía la cabeza

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Género: 

  • Cuento

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Cuando yo era chico, a mamá se le salía la cabeza.

Y lo más grave era que mamá guardaba la memoria en la misma cabeza, así que era perderla y olvidarse de ello. Entonces yo tenía que correr de acá para allá, llamándola y prestando atención porque como la cabeza de mamá no tenía pulmones, me contestaba con un hilito de voz.

En casa éramos un montonazo de familiares: ocho madrastras, como treinta hermanastros, mamá, papá, la Virgen y el imitador de pájaros.

Por la ley de las compensaciones, para mamá, sacarse la cabeza tenía su lado práctico: la dejaba en la peluquería y no necesitaba quedarse esperando a que le hicieran la permanente. Podía pasar por debajo de los eucaliptos sin agacharse, y jamás le entraba una basurita en los ojos.

Papá había confeccionado una caja, mezcla de sombrerera y jaula para loros, con una manija arriba, donde la cabeza de mamá viajaba comodísima.

Una vez, nos fuimos de vacaciones a Córdoba, y a mamá se le ocurrió despachar su cabeza junto con las valijas. Fue un desastre, la cabeza terminó en Mar del Plata.

Mamá no se hizo mucho problema, dijo que durmió los quince días en la consigna del Chevalier.

Al imitador de pájaros (papá nunca quiso reconocerlo como hijo suyo, quizá porque lo encontramos en una lata de galletitas Canale y se quedó con nosotros), lo perdimos en ese mismo viaje: se fue con una bandada de cotorras. Igual nos dio gusto verlo volar tan parejito.

Con mis hermanos, de puro traviesos, hemos usado la cabeza de mamá como pelota de fútbol. Claro que jamás rematamos al arco desde muy lejos; y nunca —pero nunca, nunca— la usamos para patear penales. Después de todo, la cabeza de una madre es la cabeza de una madre.

La que nos reconvenía a cada rato era la Virgen, que hacía de poste en el arco que daba al fondo de la fábrica de sonajeros. Todas las tardes le caían encima los fallados, y ella —con mucho ojo para los negocios— los vendía como sonajeros para hipoacúsicos.

Como obcecada era muy obcecada, la Virgen. Se le había puesto entre ceja y ceja que ella era la Virgen, y no hubo Cristo que la hiciera cambiar de opinión.

Cuando se le salía la cabeza, el resto de mamá andaba por toda la casa, barriendo, encerando y atendiendo las cosas del hogar.

Lo único que debíamos hacer era vigilarla un poco para que no se chocara con las paredes, ni se cayera dentro del aljibe. Ahí ya habíamos perdido a las dos abuelas y al tío Filemón. Pero, en su caso, fue más comprensible: mudaba la piel y se le ocurrió frotarse del lado en que las piedras del borde estaban flojas; trastabilló sobre los tacos aguja y ¡zaz! se fue al fondo del pozo.

De todos modos, mamá falleció por un descuido mío.

Fue durante una tarde nublada, de verano. Yo miraba Lassie en la tele y no me di cuenta de lo que se avecinaba. La cabeza de mamá rodaba entre los tentáculos de Bobby —nuestra mascota consentida— que la lambeteaba con júbilo.

Ni siquiera fue una tormenta, apenas un chaparrón, una nube pasajera, de esas que sueltan unas gotas gordas como la tía Marisa, que se estampan en la tierra como monedas de un peso (las gotas, no la tía, que sólo se estampa contra el colchón, debajo del sodero).

En cuanto empezó a llover, el cuerpo de mamá corrió al patio a descolgar las sábanas ya secas.

El agua le entró por el agujero del cuello hasta inundarle los pulmones.

Fue tristísimo: mamá ahogada, de pie y a cuatrocientos kilómetros del arroyo más cercano.

Para colmo, recién nos dimos cuenta al año siguiente, cuando Bobby se puso a tironear de los jirones de sábana que aún pendían de los dedos agarrotados y un poco verdes.

Por suerte, papá —que siempre se dio maña para todo— la colgó de los talones hasta desagotarla. Después, al recolocarle la cabeza, mamá resucitó bastante y se cambió el nombre a Lázara.

Y, desde entonces, en el bolsillo del delantal lleva un corcho grande, y al primer amago de lluvia va y se lo pone en la tráquea, que es el tubo por el que respira más.

“Es para que no vuelvan a colgarme por los talones” se excusa. Y su cabeza nos guiña un ojo desde el aparador.

Comentarios

Este título me suena . El

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Este título me suena Burla. El absurdo como protagonista indiscutible. El humor como vía indispensable para entender el texto. ¡La diversión está servida! 

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Geli

Por cierto, si lo justifica,

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Por cierto, si lo justifica, le quedará más bonitoGuiño.

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Geli

Ya está justificado. Aunque..

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Ya está justificado. Aunque... ¿justificar el absurdo? Qué absurdo, ¿no? K.O.

El texto no es nuevo, pero nunca lo revisé.

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¡Muy absurdo, sí! Lo leeré

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¡Muy absurdo, sí! Lo leeré con calma. Aún estoy procesando algunas "argentinadas" Guiño de la primera lectura.

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Geli

Lo he vuelto a leer con calma

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Lo he vuelto a leer con calma. A pesar de ser tan absurdo, el relato está tan bien hilvanado que lo absurdo parece hasta normal. Es como cuando vemos a un buen atleta hacer acrobacias con las anillas y nos da la sensación de que su ejecución no presenta ninguna dificultad. Es decir, hace a nuestros ojos fácil, lo difícil.

El ritmo es muy dinámico, las frases se conectan muy bien unas con otras. El humor que impregna todo el relato deja muy buen sabor de boca. Me ha encantado.

¡Divertido y muy ameno, maestro!Guiño. ¡Ah, por cierto! tampoco yo sé que es "hipoacúsico".

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Geli

hipoacúsico: sordo o casi. 

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hipoacúsico: sordo o casi. Risa

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