Gracias mamá

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  • Cuento

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Hermosa tarde de otoño incluso en la ciudad, con el aire frío que llegaba poco a poco, diciéndo hasta luego al verano. Caminaba en dirección al colegio, para recoger a mi princesa, mi principal ocupación. El trabajo del día terminaba para mi, pero no para María. Al llegar a casa le dejaría unos minutos para jugar, y María los trataría de alargar. 

- Buenas tardes María, ¿qué tal el cole? -sonreía mirando a su hija-.

- Brrr -Respondía la niña, con una mueca.

Me dio la mano como siempre y continuamos en silencio. Me concentré en estar presente, a su lado con mi cuerpo, mi mente y todo mi corazón. No sabía si eso le ayudaba, pero el convencimiento de regalarle lo mejor de mí me mantenía.

Cada tarde una historia similar, los dichosos deberes desempolvaban todos los conflictos escondidos. Ahí tenía la prueba de fuego, permanecer a su lado, presente, sin permitir que la ira, la tristeza, el cansansio consiguieran desconectarme. Era tal vez la tarea más difícil que enfrentaría en toda mi vida. Durante el trayecto me preparaba mental y emocionalmente.

- ¡No quieroo! ¿por qué tengo qué hacerlo? - tirando el libro al suelo.

- Me gustaría acariciarte - dije, recogiendo el libro- ¿puedo?

- ¡Mamá, ya estamos otra vez! - más tranquila, aunque sin admitirlo aún.

- No puedo evitarlo, mientras gritas pienso que lo pasas mal. ¿Te acuerdas cuándo te hiciste la herida en la rodilla?

- Claro, sólo hace tres días, mira mi costra - ahora completamente relajada.

- Yo además de limpiarla, te abrazaba mientras llorabas un poquito. Yo sé que el cariño cura tanto como la limpieza en las heridas - abriendo nuevamente el libro.

- ¡Odio estas lecturas mamá! - entre enfadada y sonriente.

- Yo adoro estar a tu lado, y compartir contigo tus ratos de odio, y también los de alegría. - con estas palabras comenzaba de nuevo el ejercicio.

Esta escena se repetía cada tarde durante la etapa escolar. A veces, en el silencio de la noche, me preguntaba si estaba haciéndolo bien. Había escuchado tantas veces que tenían que hacer los deberes solos, fomentando su independencia. ¿Y si tenían todos razón y yo no? esto lo hacía por la noche, dándo rienda suelta a mis miedos dónde no dañaran la relación con la niña. Después de hacerlo, recordaba su hermosa mirada, la sonrisa de sus juegos. Así cada día la concentración en el cariño que siento por la niña, independientemente de lo que haga, podía expresarse en todo su esplendor.

Pero el tiempo -ese gran maestro- me dio la razón. La frustración y enfados de mi hija se agotaron tres años más tarde. La fuente agria que se activaba cada tarde al salir de la escuela, se convirtió poco a poco en dulce. La primera semana que no gritó al llegar de la escuela, la miraba asombrada y ella sonreía llena de vida.

Decidió hacer una hermosa granja dónde las vacas, caballos, gallinas y cabras andan libres. Cada vez que se acercaba a su sueño, un nuevo obstáculo le impedía el paso, pero no se rendía. Invariablemente decía: "sólo es una piedra mami, sé que puedo hacerlo". A mis ochenta años, pasear por la finca con el viento suave y fresco en mi cara, y los perritos a mi lado, me gusta pensar que ese tesón lo consiguió mientras hacíamos los deberes.

Comentarios

Hola, Teresa.

Imagen de Oscar

Hola, Teresa.

Todavía no has pillado el mecanismo de un cuento. No obstante ya se perciben cambios positivos en tu escritura.

El texto pide bastante trabajo de revisión. Para el autor, pulir un escrito empieza por ser un poco agobiante, luego entretenido y al final tan placentero como la misma creación (a veces más). Si sabes andar en bici, recuerda cómo aprendiste: bueno, es lo mismo pero sin raspones en las rodillas.

Saludos

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¡Será posible! Estaba casi a

Imagen de Geli

¡Será posible! Estaba casi a punto de acabar la revisión a este texto y antes de pulsar "guardar", se ha ido la luz. Llevaba más de media hora con esto. ¡Porca miseria! Vuelta a empezar. Voy al taller. 

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Geli

Geli, y yo deseándo ver tus

Geli, y yo deseándo ver tus correcciones, jeje... santa paciencia...

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