Género:
- Cuento
Enlace al taller:
Un día, Pepito estaba sentado en el césped- bajo un árbol-. Le encantaba escuchar el sonido de las hojas- en su baile con el viento-. Los juegos de luces, entre el sol y las hojas. Disfrutaba con los cambios de color. El inmenso placer que sentía en contacto con la naturaleza lo llenaba de alegría, la misma que le había regalado el inmenso placer de la vida.
Atrás había quedado la etapa en la que su padre y su madre, preocupados porque no aprendía a leer y a escribir, le llevaron a ciertos médicos. Los profesores y las profesoras de su colegio, les habían recomendado que fueran, sólo para descubrir que era disléxico, y que tenía un trastorno del aprendizaje, de etiología no especificada. No cumplía los requisitos para ser calificado con otros nombres, de esos que sólo los "grandes" entienden. Su padre y su madre quedaron más tranquilos con el diagnóstico, pensaban que ahora todo sería más fácil. Pero resultó que los problemas crecieron, porque el colegió carecía de personal que pudiera ocuparse de mi problema. A los profes y las profes les dio una excusa para justificar mis notas, mis bajas notas. Mis progenitores, encontraron un motivo más para preocuparse y discutir, tratando de encontrar una solución. Y a mi.... Bueno a mí nadie parecía verme. Estaba cada día más triste pensando en lo injusta que había sido la vida conmigo. En qué misterioso motivo podía tener para hacerme con un cerebro incapaz de aprender lo que otros niños de mi edad hacían. Yo no sabía decir aquellos nombres tan raros que escuchaba cada cierto tiempo a las personas que me cuidaban. Así que lo sustituí por otro, más simple y efectivo con mi edad, "yo era tonto".
Entonces apareció aquella hermosa mujer. Era bajita, con el pelo negro, y los ojos aún más negros. Pero transmitía tanto amor, tanta paz con su mirada. Sabía jugar, y encontrar en mi interior la vida que otras personas se resistían a ver. Con ella no importaba si era tonto o no. Si leía o no. Si estudiaba o no. Me escuchó tan profundamente, con tanta calma, que adivinó el baile de la naturaleza, que conseguía fascinarme. Entonces hizo algo inesperado para mí, un día llegó con un libro enorme y se sentó bajo el árbol, éste, en el que ahora estoy sentado. Yo le dije lo que tanto había escuchado a mi madre, a mi profe, a mi padre... que yo tenía un problema en mi cerebro y que nunca aprendería a leer o escribir, que la vida me había hecho tonto. Ella pareció no escucharme, por primera vez en todo el tiempo que la conocía, ya que siguió con su libro sentada cómo si nada. Yo me sentí curioso, ¿qué tendría el libro?
Era un libro de cuentos, pero no cualquier cuento. En los cuentos había árboles de hermosos colores, que bailaban con las nubes, con la lluvia con el viento. Ella lo miraba ensimismada, parecía tan feliz... Tan llena de vida. Miraba a los dibujos y miraba a las letras. Y yo la miraba a ella. Por primera vez, sentí curiosidad, ¿qué explicarían aquellas letras que acompañaban los hermosos dibujos? Le pedí que lo leyera para mí, y le repetí que yo no sabía, y que nunca aprendería, por lo tanto necesitaba que alguien lo hiciera por mí. Otra vez pareció no escucharme, y era extraño, ¡había escuchado tan bien en las otras ocasiones que habíamos estado juntos! Me miró con sus profundos ojos negros, y me dijo señalando un renglón, aquí dice... y aquí... y continuó hasta leer el primer cuento. Se me antojaba un baile luminoso el que tenían aquellas letras. Me recordaba al baile de las hojas mecidas con el viento.
Al rato se marchó, y dejó el libro olvidado. Hoy sé que no lo olvidó "de verdad". Ella sabía que yo me interesaría por ese hermoso baile de las letras, y me había escuchado muy profundamente. Por eso, comprendía que yo no le pediría el libro. Pero que al encontrarme a solas con él, mi curiosidad, y lo que ella había señalado mientras leía, haría el resto. Aquella tarde no me despegué del libro, y tampoco de éste árbol. Y lo que creía imposible, no lo era tanto. Leí algunas palabras, aunque si comprender mucho su significado. Escondí el libro, no quería que nadie supiera lo que estaba haciendo. Era mi secreto, aunque hoy sé que también era "su" secreto. Ella sabía lo que yo estaba haciendo, porque nunca olvidó el libro.
Un día, mientras caminaba por la calle me di cuenta que leía los carteles. También en la escuela leía sin problemas. Y pronto comencé a imitar las letras de los libros, y a escribir mis propias historias, aquellas que mi mente traía. Por cierto, no he dicho que mis padres decidieron cambiar mi escuela, justo dónde estaba ésta maestra. Ellos estaban desesperados, pero un día coincidieron con ella mientras yo estaba en la escuela. Le contaron lo que me pasaba, y que ya no sabían que hacer. Ella trabajaba en una escuela en la que nunca habían encontrado problemas de ese tipo. Más tarde supimos que había ayudado a muchos otros niños y niñas con problemas como el mío. Y le propusieron que me llevara allí un curso escolar. Total no tenían nada que perder, y si realmente yo no podía leer o escribir, allí al menos sería feliz, porque nadie me presionaría. Me permitirían ser yo mismo. Mis padres me veían cada día más triste, así que probaron.
Hoy soy maestro en la misma escuela dónde yo estudié. Dónde se dieron cuenta que el problema no estaba en mi cerebro, sino en los cerebros de aquellas personas que querían que leyera sin interés. Que me obligaban a estar sentado mirando una pared, cuando lo que yo necesitaba era la música del aire y las hojas de los árboles. Necesitaba los colores cambiantes de cada hoja, en contraste con la luz solar, y no la monótona pared, con un largo pizarrón, que veía sentado en la parte de atrás. Mi profe, mi maestra, descubrió mi talento, me devolvió la confianza, y a toda la familia nos dio de nuevo la vida. Al terminar la secundaria, nos dijo que había dos formas de enfrentar un problema. La una era diciendo que el problema es "del otro", y resolviéndolo entonces con diagnósticos. Y que eso resultaba muy duro cuándo los receptores de dicho diagnóstico eran niños o niñas. La otra era preguntarse ¿cómo contribuyo yo a este problema? Y descubriendo eso, sólo había que dejar de contribuir y el problema se resolvía solo. ¡Gracias querida maestra!
Comentarios
Te has estrenado con un
Te has estrenado con un bonito cuento, Teresa. Gracias por compartirlo con nosotros.
Lo has publicado como Microrrelato, pero creo que encaja mejor en Cuento. Si estás de acuerdo, puedes cambiarlo editando el texto y modificando el género. Haz el cambio, también, en el tema que se creó en el Taller.
He visto algunas cosas que corregir. Te las pondré en el taller (recuerda que tienes un enlace en la cabecera de tu texto que te lleva a él).
Un abrazo.
Miguel
Sí, Miguel tiene razón.
Sí, Miguel tiene razón. Cuando hayas hecho esos cambios y los que te menciono en mi mensaje, empezaremos a destripar el texto.
Geli
Teresa, si te parece bien,
Teresa, si te parece bien, edita el texto con las correcciones que ya te indiqué por correo, de manera que no tengamos que empezar desde cero otra vez. Decide cual va a ser la voz narrativa, si 1º o 3ª persona de singular.
Un abrazo.
Geli